martes, marzo 13, 2007

Sofía

Sofía tiene seis años y vive en las afueras de Madrid. Cada día coge el autobús 59, que le deja a solo cinco minutos de su colegio. La mayoría de sus amiguitos van en coche pero ella odia los coches, no soporta la idea de que algo tan rápido y moderno expulse continuamente humo sucio y maloliente. Su mamá también coge el bus para ir a trabajar; dice que es lo más rápido y cómodo, así que reserva el coche para el fin de semana o para cuando van a la casa de campo de los abuelos.

Esta tarde, como cada martes, Sofía y sus compañeros han tenido clase de canto. Casi todos los días salen al patio a cantar pero hoy, como el martes pasado y el anterior, también ha llovido y han tenido que quedarse en el aula. La profesora no está demasiado contenta con la pequeña; constantemente le dice que tiene una voz preciosa pero que desafina continuamente y que no pronuncia con claridad las palabras, e insiste en que si pusiera más interés podría hacerlo mucho mejor. A Sofía, sus quejas le dan igual; a ella le encanta cómo lo hace.

Al llegar a casa, su mamá le pregunta:
- ¿Cómo ha ido la clase de canto, cariño?
- Bien aunque la señorita dice que canto mal y que a este paso no parará de llover nunca.
- No te preocupes, Sofía, ya verás como poco a poco y esforzándote un poquito más lo harás mejor.
- No estoy triste, mamá.
- ¿Ah, no?
- No, yo quiero cantar siempre así. Estoy muy contenta, mamá.
- ¿Contenta?
- Sí, porque así siempre lloverá y las flores crecerán, y los árboles, y los peces tendrán agua en el río y los tomates y las lechugas del abuelo no se acabarán nunca.

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