miércoles, diciembre 07, 2005

Malas temporadas

No porque algo vaya mal, sino porque uno no es capaz de darse cuenta de la verdad. Son malas porque algo o alguien se ocupó de vendarte los ojos.

Progresivamente, sí, pero te va consumiendo, absorbiendo hasta llevarte a su terreno. Y tú no te das cuenta, mentira, sí que lo haces pero lo aceptas, porque estás pasando una mala temporada, y eso lo justifica todo. Lloras porque te sientes una mierda y te hundes tanto que llega un momento que no ves modo de salir. Parece que esta mala temporada no va a tener fin; aunque tampoco te ves capaz de afrontarla. Además, ¿para qué? Tú ya tienes tu mundo montado; acabaste por acostumbrarte a tu enmascarada realidad. Ahora llorar se ha convertido en el pan tuyo de cada día. Y aunque a veces sientes rabia por no poder mandarlo todo a la mierda, no sabes ni puedes poner el punto y final. Ya no hace falta que te venden los ojos; te sientes anulado, no vales para nada, la sociedad que tú no ves no te necesita.

Hasta que un día ese algo/alguien acaba jodiéndote demasiado. Sientes que te están arruinando la vida y ya no te quedan lágrimas que derramar. Entonces, cuando ya no puedes sufrir más, cuando rozas la frontera de la total anulación, decides poner fin a esa puta mala temporada. No por ti, - tú continúas siendo una mierda y te costará salir- sino por lo que te importa de verdad. Estás harto de tener que recibir mil palos para decir BASTA! Y decides empezar de cero. Estás dispuesto por fin a pasar una nueva temporada, que probablemente, y gracias a los palos que te dio la anterior, no será mala.

miércoles, noviembre 09, 2005

¿Lo tomas o lo dejas?

Elegir a alguien para que entre a formar parte de tu vida no es tarea sencilla. Y es que una oportunidad así no se la merece cualquiera. Por eso en ocasiones va bien mantener una pequeña charla con el candidato y ser directa; ¡dejarle las cosas muy claras!

A mí me encanta hacerlo pasar y recibirlo con las puertas abiertas. Es verdad que al principio soy tímida y algo fría, pero bastan 15 minutos para soltarme. Nos presentamos, interaccionamos un poco y venga, ¡manos a la obra! Le comento y enseño tímidamente cada uno de los rinconcitos de este mi mundo:

“Mmm ya sé que este pedacito de mi vida es pequeño y que a simple vista no promete gran cosa pero con el tiempo te acostumbrarás y te acabará gustando cada vez más. Respecto a este otro… pues bueno, a veces está un poco sucio pero también es cierto que en ocasiones está inmaculado. No sé, chico, depende del día, de cómo me pilles. De todas formas, una no es perfecta y tiene sus virtudes y defectos.

¿Qué más? ¿Me dejo algo? Ah sí, claro!, tu espacio. Supongo que te interesará saber qué lugar ocuparás en mi mundo. Pues bien, la verdad es que no es muy grande pero en un principio esto es lo que hay; no es demasiado pero compréndeme, hay otras personas en mi vida que tiene prioridad. No obstante, tú tranquilo, no sufras, a mi no me importa el tamaño (ya me entiendes), yo te querré igual y te dedicaré mi tiempo –porque yo funciono así-. De todas formas, ¿quien sabe? ¡Las cosas cambian de la noche a la mañana! Quizás te hago un hueco y acabas disfrutando también de mi espacio. Eso sí, todo depende de ti, si eres bueno, igual dejaré que te adentres alguna noche en mi espacio más íntimo; si no, ¡ni lo sueñes! En caso de que aceptaras, tú ya tendrías tú espacio y habrías aceptado disfrutar de él, así que luego, si las cosas no salieran como deseabas, no me vengas con exigencias.

Bueno, ¿entonces, qué me dices? ¿Te he convencido? ¿Te gustan mis condiciones? ¿Merece la pena que me ilusione imaginándote en mi vida o será mejor que te ponga de nuevo de patitas a la calle? Tú mismo, yo no tengo prisa; a mí me da prácticamente igual esperar un poco más; pero no olvides que sí que hay más gente esperando la oportunidad que ahora tú tienes en tus manos.

Tú decides, 250 € (todo incluido), ¿lo tomas o lo dejas?”

martes, noviembre 01, 2005

Porque probablemente usted también se preocupa por tonterías…

Déle al play, suba el volumen. Cierre los ojos y piense en la persona que más quiere en este mundo. Imagínela. Empiece dibujándola; después coloréela. Déjele gesticular. Recréese con ella y piense en los momentos que ha pasado y pasa a su lado, en lo que comparten, en sus conversaciones, en las muestras de cariño…

Continúe cerrando los ojos, perfeccione su imagen todavía más para así poder recuperar cada uno de los minutos que han compartido hasta ahora. La música avanza. Sus recuerdos brotan sin cesar. Intensa y rápidamente. Piense lo feliz que ha sido y es a su lado y dígale con la mente que le quiere más que a nada en este mundo, que su vida sin ella perdería todo su sentido. Porque la necesita. Sabe que no podría soportar su ausencia. Nada sería lo mismo. Recapacite. Avergüéncese de los momentos que prefirió pasar haciendo otras cosas, de las veces que se marchó sin decirle adiós.

Pero sobre todo, y si es necesario suba el volumen ahora que se acerca el estribillo, piense que la podría perder. La angustia le invade. El miedo se apodera de su persona y siente cómo la rabia le quema por dentro. Y es que si desapareciera no podría seguir adelante. Porque los hilos que a usted le sujetan perderían toda su fuerza si ella no los moviera. De ella es de quien depende su vida. Y entonces piensa que todo, comparado con su pérdida, es absolutamente insignificante.

viernes, octubre 14, 2005

Voy a salir a caminar solita, sentarme en un parque a fumarme un porrito

¿Por qué nos es tan importante tener alguien a nuestro lado? ¿Por qué no podemos llevar una vida normal sin desear compartir nuestros momentos con otro?

Me es totalmente indiferente el tipo de relación; me la suda si se trata de una pareja estable, de un ligue, de un amigo con derecho a roce… me da igual, eso es lo de menos. Lo que yo quiero saber es por qué coño nos martirizamos cuando no tenemos nadie a quien llamar, nadie con quien quedar, con quien acostarnos de vez en cuando. Lo peor de todo es que sí que lo tenemos, ¡claro que sí! La calle está llena de eso, pero nosotros, como somos “superhombres” nos empeñamos en tropezar dos veces con la misma piedra, no nos conformamos con lo accesible, con lo fácil, sino que queremos lo más complicado… Y entonces, ¿de qué nos quejamos? ¿Puede entonces alguien decirme por qué nos venimos a bajo cuando algo sale mal, cuando alguien no te vuelve a llamar, cuando no vuelves a ver a cierta persona nunca más, cuando tienes la impresión de que todo va a salir bien y luego sale mal, y por qué empezamos a preocuparnos o angustiarnos cuando pasa el tiempo y seguimos sin tener lo que deseamos realmente. ¿A qué se debe tanta necesidad de esta dichosa dualidad?

Joder, ¡hay cosas más importantes en nuestra vida! ¿Por qué coño es tan leve el ser humano? ¿Por qué se deja influenciar tanto por minucias insignificantes? Me revienta que seamos así, me jode y además mucho.


* Voy a salir a caminar solito, sentarme en un parque a fumar un porrito, y mirar a las palomas comer, el pan que la gente les tira, y reprimir el instinto asesino, delante de un mimo o de un clown, hoy estoy down violento, down radical, pero tengo aprendido el papel principal: yo soy un loco, que se dio cuenta, que el tiempo es muy poco, yo soy un loco, que se dio cuenta, que el tiempo es muy poco, nanananana… (a lo mejor resulta mejor así), yo soy un loco, que se dio cuenta, que el tiempo es muy poco, yo soy un loco, que se dio cuenta, que el tiempo es muy poco, nanananana… a lo mejor resulta mejor así: que el tiempo es muy poco *

viernes, septiembre 16, 2005

El Bar "no tengo"

Mi pueblo (muchos osan llamarle ciudad – apoyándose única y exclusivamente en el número de habitantes-) es bastante turístico. Dicen que antes nos visitaban más extranjeros y que esto ya no es lo que era. Todos menos yo se preguntan por qué, ¡inocentes! ¿Cómo no se dan cuenta de algo tan obvio? El servicio en los bares, señores, ya no es lo que era. Sí, sí, el servicio en los bares. Ya no importa el número de museos que tenga un pueblo o la calidad de las playas; el kit de la cuestión está en esas terracitas y en esos locales dedicados plenamente a satisfacer los deseos de la gente.

Era domingo por la mañana, un día precioso, mucho calor y la playa delante. Servidora decidió tomarse unos minutos de pleno relax antes de un banquete (qué graciosos estaban, ella de blanco y con cola, y él con un esmoquin negro) y disfrutar, por qué no, de los servicios que reciben los pocos alemanes e ingleses que quedan por aquí. La terraza prometía.
- Hola
- -
- Yo tomaré una Cola Light y ella…
- No tengo
- ¿Ah no?
- -
¡Dios mío, con qué cara me miro el camarerito de los cojones (perdón)! ¿Qué piden las chicas jóvenes de hoy? ¿Lights, no?? ¡Está claro! ¡0 calorías van de lujo para el cuerpo! ¡Y anda que no la beben las guiris! En fin…
- Pues una Cola normal
- -
Levanta la cabeza del blog y mira con cara de perro a mi acompañante – solo eran las 2 de la tarde, no llevaba ni medio día trabajando y encima éramos dos chicas.
- Yo, una horchata
- No tengo
- ¿No tiene horchata?
- Granizado de café o limón
¿Por qué eso sí y horchata no? ¡Pero si es entre las tres bebidas la que más atrae a los turistas cunado vienen a España! Y a nosotros los valencianos, ¡ya ni te cuento! En fin…
- Pues otra cola
- Nos pondrá también una olivas
Al cabo de un rato vuelve, nos sirve y nos deja las aceitunas de mala gana. ¡Qué ricas, apetecen bastante con este calor! ¿Cómo? ¿No hay palillos? A ver que…a mi me da igual, que yo no soy escrupulosa, pero… ¿esta terraza presume de tener categoría, no? Pues nada… Menos mal que solo somos dos y no habrá demasiada concentración de dedos.
Tampoco hay servilletas; saca los pañuelos, ¡anda!
Solo le falto gritar desde el interior del bar “no tengo”. En fin…

Pedimos la cuenta, pagamos (7 euros, creo) y nos vamos.
¿Propina? No tengo.

miércoles, agosto 31, 2005

¿Carné de conducir, yo?

Me encanta el transporte público. Tanto que creo que voy a renunciar rotundamente a la posibilidad de sacarme el carné. No merece la pena disponiendo de un servicio de autobuses, trenes y taxis como los que tenemos en la Comunidad Valenciana. Y es que, con el paso del tiempo, voy cerciorándome de que la flexibilidad horaria y la comodidad son sinónimos del transporte público valenciano.

Los horarios del trayecto son siempre los mismos y los medios de transporte que elijo, dos: el tren, de ida, y el bus, de vuelta. Y entre uno y otro, el taxi. ¡Qué estupenda combinación!

Por la mañana tomo un regional. El tren para, se abren las puertas, busco un asiento y, medio dormida todavía, me preparo para vivir la fascinante experiencia de cada lunes. De momento el viaje está siendo aburrido, todo va como debería ir. Pero de repente, empieza la acción. Una mujer joven, presumiendo de valores cívicos, se levanta, se queda de pie junto a unas de las puertas del tren, justo donde están las pegatinas de prohibido fumar, y se enciende un cigarro. Al terminar se vuelve a sentar, y al cabo de un rato, otro más, y así hasta cuatro cigarrillos en un vagón donde no se puede fumar. Un vagón, por cierto, totalmente perfumado. Voy al baño. De camino, me encuentro a una mujer con un enorme y peludo perro. Espero que el dulce animalito suelte pelo, favorecerá todavía más el ambiente.
Falta poco para llegar a mi destino pero no pierdo la esperanza de vivir algo más. Y en efecto, la mujer de al lado, que sufre el mismo calor que yo, se descalza, reposa sus pies en el asiento de delante y me muestra la hermosa manicura de sus envidiables pies. ¿Dónde se habrá comprado ese rosa chillón? El ambiente está cada vez mejor. Llevo hora y media subida en el tren y sólo he leído cuatro páginas de mi libro… Vaya, hemos llegado. Siguiente parada: el taxi.

Escojo el más reluciente de todos. Subo, cierro la puerta y ¡sorpresa! Parece que esto de presumir de buen ciudadano está de moda. El conductor se enciende un cigarrillo, desafiando la pegatina que él mismo debió pegar en el interior de su coche y me pregunta dónde vamos. Gracias a Dios el destino no está muy cerca de la estación. Me acomodo en el asiento. Creo que el taxista gasta alfombrillas muy gruesas. Bajo la vista y descubro que es un montón de tierra lo que estoy pisando. En medio de una nube de humo e impregnada ya de ceniza, y es que la velocidad es tan elevada que se cuela a la parte de detrás en vez de salir por la ventanilla, inspecciono minuciosamente todos los rinconcitos del vehículo. Desafortunadamente, en esta ocasión, a diferencia de la última vez, no veo araña alguna. La de la semana pasada era preciosa y colgaba del sillón del conductor. ¡Qué pena! Hoy tendré que conformarme con el tabaco y montón de tierra. Vislumbro ya mi destino. Le pago cuánto me pide. “¿5 euros? Uis, yo encantada con el buen servicio que me ha prestado, caballero, tenga tenga, ¡quédese con el cambio!”.

Todo lo bueno termina. Mi última parada de hoy, el autobús. Pero no me disgusto porque he tenido suerte; me ha tocado de nuevo el mismo conductor.
Me gusta sentarme justo detrás de él para no perderme ningún detalle. Conduciendo es muy refinado. Huye de los movimientos de volante bruscos y los toques de bocina no van con él. Él prefiere estar pendiente en todo momento de los pasajeros que, pudiendo escoger otro medio de transporte, han decidido pagarle a él. Su preocupación y obsesión es tal, que en el autobús uno no puede hacer prácticamente nada. Está terminantemente prohibido comer. Si te desmayas porque necesitas ingerir algo, ¡te aguantas! Lo dice el decreto ley. ¡Cuidado! Baja el volumen de la radio… Alguien está sacando una bolsa de plástico. Su cabeza da un giro inmediato de 360º y, con cara de pocos amigos, nos observa a cada uno de los que viajamos con él. ¿Qué quieres bajarte el brazo del sillón? Él te lo hace. ¿Qué te molesta el sol? Él te corre la cortina. No vaya a ser que lo rompamos todo. Eso sí, hay una cosa que no le molesta para nada: que saques tú mismo tu ticket. El funcionamiento es el siguiente: le pagas (no acepta billetes de 50 euros; o tienes más pequeño o no subes), te devuelve el cambio y cuando escuchas la señal: “coge tú el billete”, estiras sin brusquedad tu ticket. Y entre una cosa y la otra, ya estoy en casa. ¡Hay qué ver! Se me hace tan corto el viaje con este señor. Recojo mis cosas y le digo adiós, pero él, como es mejor ciudadano que yo, no abre la boca.

Por la noche llega mi padre a casa y me pregunta por el viaje. Yo, eufórica, le contesto: ¡me encanta el transporte público!


domingo, agosto 21, 2005

¿Peces de colores?

Dicen que los peces de colores solo tienen tres segundos de memoria. Cada vez que dos peces se ven es como si fuera la primera vez. Se olvidan de todo lo que vivieron y empiezan de nuevo: “−Hola, ¿qué tal? Soy Nemo, eres preciosa. ¿Damos una vuelta por la pecera?”−. Juntan sus pequeñas boquitas y zas, se acabó el tiempo. Pero no importa, hay más pececitas hermosas en la pecera… ¡Eso si que es vivir bien! ¡O no!

Las personas solemos parecernos bastante a los peces de colores, no obstante, nuestra memoria dura un poquito más: dos semanas, tres meses o incluso años. Pero lo más importante: ¿Por qué nos cuesta tan poco aparcar nuestra anterior relación y empezar otra sin problemas? ¿Será que también perdemos la memoria? No lo creo… Debe haber algo en nuestro coco que nos incite a seguir descubriendo sin estancarnos en el pasado. Quizás una fuerza interior de supervivencia. O quizás un instinto humano. Sea como sea, ¡me gusta! Me tranquiliza pensar que no vamos a necesitar tres meses para asimilar una compleja relación de seis o que incluso el día después de romper podamos cruzarnos con quien será nuestra nueva pareja durante un año más.

Hasta aquí, todo perfecto. ¿Pero qué pasa con nuestro ex (pareja, rollo, amante…)? ¿Y con las fotos de la pared? ¿Realmente nos olvidamos de todo? El hecho de que nuestra memoria abarque un poco más que tres segundos, es lo que nos hace retener al otro durante un tiempo. Hay quienes necesitan muy poco para borrar lo vivido pero también los hay que lo archivan en su cabecita y no lo borran nunca más. En cierto modo, los peces no son tan afortunados. Cierto es que pueden acostarse mil veces sin sentir sentimiento o remordimiento alguno pero… ¿Qué gracia tiene tener solo 3 segundos de memoria? ¿Y no conservar ningún recuerdo? Ni siquiera el primer beso…

En todo caso, lo que está claro es que los humanos aliviamos el dolor y la melancolía con alguien nuevo. Nosotros, como los peces, es como si cada vez que conocemos a alguien, diéramos carpetazo a lo anterior y nos engancháramos con la misma emoción e intensidad de la primera vez a eso que se llama amor, feeling o sexo. Y además, a diferencia de ellos, podemos permitirnos el lujo de retener el pasado. Si es que… ¡el hombre no deja de sorprenderme!

sábado, agosto 13, 2005

Amor Idiota

¿Es el amor idiota? O más bien: ¿Es idiota aquel que está enamorado? ¿Se comporta como un idiota aquel que ama a alguien?
Uno es capaz de hacer cualquier cosa para conseguir que el otro se fije, aunque sea mínimamente, en él: perseguirle cada noche después del trabajo, dejarse ver cada dos por tres, rozar la barrera del peligro espiando al otro o, sencillamente, se puede ser idiota. Viendo el protagonista de Amor Idiota, no cabe ninguna duda de que cualquier cosa vale para que el otro se deje querer.

Pero, ¿es el resultado de tanta idiotez siempre como uno desea? ¿O las cosas no son tan sencillas? Sería perfecto golpearse con alguien por la calle, caer enamorado perdidamente (es lo que se conoce como flechazo), hacer un poco el idiota, dejar que pasen unos días y ¡zas!, objetivo cumplido: por fin consigues la felicidad que durante tanto tiempo anhelaste. Cada día las cosas van mejor, no puedes evitar pensar en su cuerpo, os deseáis cada vez más, vuestras miradas son ya producto de la más extrema complicidad, no hacen falta palabras para captar vuestras intenciones y, cuando crees que estás preparado, decides llegar a la cumbre de la idiotez y dar el paso decisivo: raptar a tu amado para tenerlo siempre a tu lado y empezar con él una etapa nueva de tu vida.

No obstante, ¿qué sucede si efectivamente te golpeas con alguien del que crees caer enamorado pero él no reacciona como estaba previsto? ¿Qué pasa cuando tu idiotez no sirve para nada? Le envías algún mensaje de vez en cuando, le respondes al teléfono con ilusión, le devuelves la llamada al cabo de un tiempo para agradecerle el gesto, todavía piensas en él cuando escuchas ciertas canciones, aceptas que pueda estar con otras porque si algo tienes muy claro es que aquel golpe y aquellos días de prueba fueron preciosos pero no os obligan ni a ti ni a él a tener nada serio y tampoco a renunciar a las ocasiones que se os presenten en el camino, e incluso a veces no pierdes la esperanza de que él, como lo haces tú, viva su vida con otra gente, sin ataduras, sin compromisos pero dejando de vez en cuando algún huequecito para ti.

Efectivamente, tu vida no es como la de Amor Idiota y aquí las cosas no van cada vez mejor, sino que todo sigue estancado, en su sitio, tal como lo dejasteis días después del golpe. Y una se pregunta, ¿hay posibilidades de conseguir que esto avance después de tanto tiempo? Tal vez lo mejor sería olvidarle y aceptar que un año es más que suficiente para dejar que el tiempo actúe sobre los dos, favorable o negativamente. A estas alturas difícilmente puede una raptar al otro para empezar algo nuevo, ¿no es cierto? Pero… ¿y si resulta que no me estoy comportando como una auténtica idiota? ¿Y si he de esperar todavía más? No sé, odio precipitarme. Voy a comportarme como el protagonista de la película, voy a ser dócil y esperaré. Aunque, pensándolo bien, esto no es Amor Idiota, a mí nadie me ha prometido llamarme; ¿cómo sé que haremos ese viaje finalmente? No me aclaro, ¡mi cabeza no da para tanto!

No sé si el amor es idiota pero lo que está claro es que el mundo está lleno de idiotas, y yo solo me fijo en ellos. Quizás sea porque soy una idiota más…