domingo, enero 01, 2006

Yo seguro que no me atraganto con las uvas


De pequeña esperaba la noche de Fin de Año con muchísima ansiedad, como todos los chiquitines de las casa, vamos. Luego me hice mayor y relacionaba el 31 de diciembre con estrenar ropa y zapatos. Hará cosa de dos años que la fiesta ha dejado de entusiasmarme; demasiado egocentrismo y falsedad juntos en una sola noche que, en un principio, ha de ser maravillosa… En el 2005 la cosa ha ido a peor, o no, tampoco tiene por qué, de hecho, quizás esté haciendo más que nunca lo que me apetece de verdad, ajena a cualquier influencia y planes de amistades que te invitan a sus fiestas y te envían mensajes cuando no te llaman en todo el año. Y es que nunca lo entenderé, en 365 días solo se acuerda uno del otro en Nochevieja. Aunque, claro, quizás es porque ya no voy detrás de la gente. Sí, debe ser por eso; en el momento en que dejas de hacerlo, estos se aleeeeeejan todavía más. Repelente hipocresía, ¡cómo la odio!

Este año nada de nada, por no haber no ha habido ni uvas. Mira tú por donde, mi familia y yo hemos hecho caso omiso a la imaginativa idea de esos agricultores murcianos de principios de siglo. Sí seguimos la costumbre en el 2004 e, incluso tomando una a una cada uva al ritmo del reloj, de suerte nada de nada. Ha sido el 2005 un año para olvidar. ¿¡Para eso tantas uvas e historias?! Recuerdo que llegamos a seguir algún ritual ‘mágico’ como la cinta roja o el anillo en la copa de cava a la hora de brindar pero aún así ni rastro de salud, dinero o amor. Es verdad que no todo ha sido malo: nació mi ahijado, lo conocí a él, también a ella y a ellos y viví experiencias y emociones nuevas; pero si cosificara todo lo bueno y malo de este año y lo pusiera en una balanza, vencería de sobra lo negativo.

Malo, malo. Llámeseme egoísta pero ni doce meses me fueron dados para conocerle mejor y disfrutar de él. Le vi por primera vez el 23 de abril de 2005, el 9 de diciembre se lo llevaron y con él una parte de mí. Nacemos y morimos, eso lo sé, el problema es que en casos como éste ni lo comprendo ni lo acepto. Pero hay más: con una vez tampoco había suficiente y la enfermedad resurgía de nuevo en su interior y con ello sesiones de tratamiento agotadoras, horas de viaje interminables, lágrimas de cocodrilo y haciéndose camino entre todo lo anterior, la fuerza de voluntad que solo ella puede tener. Y más: él tampoco se libró de medicamentos; en el 2005 se diagnosticaba finalmente lo que el injustamente conejillo de Indias llevaba arrastrando desde hacía ya tiempo. Y más aún: también se caracterizó el año por el alejamiento, que en la mayoría de los casos llevó a la indiferencia o al olvido. Y por supuesto la lotería tampoco tocó (de amores mejor no hablamos).

Y ahora dime, tú que tanto te sorprendes cuando escuchas mis planes para fin de año, ¿tengo yo algo que celebrar? Lo que yo quiero es soñar y ojalá tuviera un megáfono enorme para que se escuchara mi voz también en tu mundo. Ya me da igual que consiga con eso etiquetarme de poco realista, infantil o inmadura. Me gustaría cerrar los ojos, rebobinar en el pasado, montar las cosas de otra forma y ya puestos, poder escoger. Yo no deseo mal a nadie, ni a la persona más odiosa que haya conocido nunca pero tampoco lo deseo para los míos. Quiero poseer esa fuerza divina para decidir yo también quien merece “x” y no “y”. ¿No hay ningún consejo ‘mágico’ para conseguirlo? ¡Qué indignación, por Dios!

Rabia, desencanto, tristeza, soledad, decepción, angustia, impotencia, miedo, frustración, injusticia, desesperación y un profundo agradecimiento por la posibilidad que se me brindó de conocerle y estar a su lado, porque ahora le siento más cerca que nunca. Estas son mis 12 campanadas de este año; un panorama desesperante, ¿verdad? Sobre todo cuando ni el más que cansino Ramón García ni los pocos mensajes sinceros recibidos pueden aliviar el dolor y la rabia que esta noche llevo dentro.